Grafitectura, por un arte de avanzada
Carlos-Blas Calindo
Grafitectura es una exposición artística monumental. Y, siéndolo de manera muy consistente, por cierto, es más que eso. Mucho más; es, al mismo tiempo, una intervención gráfica temporal a los espacios del ex-templo agustino de la ciudad de Zacatecas. Es decir que se trata de una obra conformada por varias obras gráficas únicas, de gran formato, en las que su autor alude a las partes exteriores de este edificio –pues hay citas a su fachada churrigueresca–; obra que fue ubicada en sus áreas interiores –ya que éstas han dado albergue a Grafitectura–, a la vez que constituye una intervención que asimismo está vinculada con las partes más recónditas, casi íntimas, de esta antigua iglesia como la llamada petroteca (especie de gliptoteca situada en lo que fuera la sacristía y en la que se resguardan esculturas algo maltrechas, elementos arquitectónicos desprovistos de su uso inicial, como una linterna, así como fragmentos ornamentales de los que se desconoce en rigor su ubicación primera). De ahí la riqueza, la amplitud y la complejidad de este ambicioso proyecto y de su feliz resultado. Y también de ahí la multiplicidad de paradojas que están relacionadas con esta muestra-intervención.
Sin duda, para los públicos (como pude observarlo en mis varias visitas a Grafitectura), una de las paradojas de mayor peso a las que se enfrentan es a la de reconocer los resultados de una especie de“calcas de adornos de la arquitectura del ex-tempo edificado en el siglo XVIII, entre otros elementos (del presente, algunos de ellos), imágenes que se encuentran no solo a la vista de los visitantes sino que, además, en la mayor parte de los casos se hallan contiguas a sus matrices. Tal experiencia, aunada a los grandes formatos y a la certeza verificable de la factura humana (pues resulta habitual presenciar grandes impresos, logrados con medios tecnológicos), genera en casi la totalidad de los públicos reacciones de agrado, asombro, conmoción, impacto e inquietud. Esto se debe a que, si bien a primera vista las formas perceptibles parecieran resultar de índole mimética, no constituyen representaciones de sus modelos, pues si bien es cierto que se asemejan a ellos y son de su misma escala, no es menos verídico que su autor las ha dotado de una independencia tal que interactúan en condiciones de igualdad con sus referentes. Lo que sucede, en rigor, es que, en Grafitectura, Ignacio Vera Ponce logra remontar el carácter ornamental de los elementos arquitectónicos que glosa, los despoja de sus atributos supletorios y los imbuye de artisticidad. De una artisticidad de avanzada, por lo demás.
El proceso mencionado constituye un caso relevante de trasmutación, en el más puro sentido alquímico de conversión de la materia. Su autor consigue estas calcas mediante el procedimiento del frottage, con tinta para grabado que aplica con elotes sobre telas, los cuales desde luego quedan reducidos a olotes una vez que resultan progresivamente desgranados durante el mencionado proceso de trasmutación. Otra paradoja más deriva del hecho de que si bien Grafitectura es, entre otras cosas, una intervención gráfica temporal para un sitio específico, esas obras gráficas únicas de gran formato que la conforman tienen vida artística independiente, y esa autonomía será aún mayor una vez que la muestraintervención sea desmontada del ex-tempo de San Agustín, en la capital zacatecana. Y existe otra paradoja destacable, entre las muchas vinculadas con este ambicioso proyecto, que es la siguiente: Grafitectura es un caso de Work in Progress artístico finito. Y concluido.
O, lo que es lo mismo, fue una obra procesual durante su fase de producción y ha dejado de serlo en su actual etapa distributiva-consuntiva. Esto no es nuevo en la trayectoria profesional de Vera Ponce. Recuérdense las estampaciones que logró montando a caballo. O las de aceras con siluetas antropomorfas durante su más reciente estancia en España, entintando el soporte con las suelas de su calzado y ejerciendo la presión requerida con su peso corporal.
Ahora bien, si las acciones que el autor llevó a cabo para realizar Grafitectura, así como las que desarrolló en los otros dos casos mencionados a manera de ejemplos, son de índole performática; y si las acciones de artista o performances son obras clasificables como partes de la vertiente conceptual del arte contemporáneo, ¿acaso Vera Ponce es un artista conceptual? Si las intervenciones para sitios específicos son efectuadas por artistas conceptuales, ¿Vera Ponce es uno de ellos? Y más todavía: si lo procesual forma parte de las opciones de los conceptualismos, ¿esto confirmaría la filiación no objetualista de Vera Ponce?
Sucede que esta serie en particular, así como esta magna muestra-intervención en lo específico, sí son conceptuales, ya que constituyen o contienen preguntas sobre lo artístico mismo, y también porque devienen o implican respuestas antes tales cuestionamientos. Pero, a la vez, Grafitectura está dotada de un carácter postconceptual debido a que su autor les reconoce una alta valía a los propios objetos que exhibe (sus gráficas únicas, de gran formato), al tiempo que resalta las cualidades de la materia con la que trabaja: los soportes de tela y las tintas para estampaciones.
Entre las preguntas que plantea y que responde este artista en Grafitectura se encuentra la de la supuesta exclusividad de los artistas conceptuales para realizar performances, intervenciones para sitios específicos u obras procesuales, lo cual –en los hechos artísticos– él considera inaceptable. Si los practicantes de cada tendencia, movimiento o corriente de las artes plásticas y visuales han hecho aportes a la cultura artística occidental, pero sin “patentarlos” para usufructo únicamente de ellos y de quienes han sido afines a ellos en lo estilístico, no tendría por qué acontecer algo distinto con los aportes que han hecho los no objetualistas históricos y con los que continúan haciendo los postconceptuales y los neoconceptuales. La apuesta de Vera Ponce en contra de las restricciones internas en el ámbito artístico queda subrayada por el hecho mismo de haber elegido un procedimiento productivo que en la historia del arte en Occidente se le atribuye a Max Ernst y su comienzo se fecha en 1925: el frottage, técnica que utilizaron algunos autores surrealistas, pero que de ningunamanera podría ocurrírsele a alguien como exclusiva de Ernst y ni siquiera de los surrealistas. Y es que el medio cultural, en la presente época de la globalización, ha devenido sumamente restrictivo. Más, incluso, que en las etapas inmediatamente anteriores al advenimiento de las vanguardias del siglo XX.
Pero así como en las postrimerías del siglo XIX y en los primeros años del XX, entre los integrantes de los círculos más avanzados
de la cultura artística ya se percibía que un cambio en el arte era tan inaplazable como forzoso, e incluso en aquellos años ese cambio ya se vislumbraba, así también en los tiempos que corren,
una transformación profunda se anuncia y se avecina en el campo artístico. No se trata de profetizar sin bases, sino de estar atentos a esa nueva producción artística que no se pliega a los
paradigmas del arte occidental predominante, que es el de las postvanguardias que imperan desde los años 80 de la anterior centuria. Y este arte de nuevo cuño, que realizan los pioneros de la
cultura artística por venir, ya existe, aun cuando todavía no esté muy extendido ni tampoco sea aceptado por instituciones como galerías, ferias o museos (entre otras), como es comprensible, dado
que pone en entredicho los cánones en los que basan su actual poderío. Este arte contrapone, a lo occidental-global, lo transcultural. A lo homogeneizador, lo heterogeneizante. A lo impositivo,
la no subalternidad. A lo inflexible, lo multidisciplinar. Al carácter autonegador de tanto arte del presente, el no artecentrismo. A la excedida especialización (en productores y públicos), lo
incluyente. Al arte para el entretenimiento, otro que implique un artivismo. A la apatía imperante, obras que resulten de alguna utilidad social.
Al recorrer de manera atenta Grafitectura y advertir las reacciones de los públicos, la satisfacción por estar ante la presencia de un arte renovador es inmediata.
Como es obvio, el uso metafórico de la ruina que consigue Ignacio Vera Ponce es asimismo gratificante. El testimonio del pasado está ahí, como lo está el resultado del deterioro de un inmueble que fuera importante templo zacatecano; deterioro que es consecuencia de diversas formas de agresión, de múltiples y diversas circunstancias desde el siglo XVIII, así como de una mezcla de negligencia y de desdén, derivada de un republicanismo decimonónico mal entendido, la cual fue refrenada apenas a partir de los años 70 del siglo pasado con la expedición de la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos (1972) y su reglamento (1975), y en el caso particular de Zacatecas, con la indoblegable militancia de Federico Sescosse, primero, y Álvaro Ortiz Pesquera posteriormente. Con Grafitectura, Vera Ponce no revitaliza las ruinas del ex-tempo dedicado a San Agustín, sino que asume su irreversible estado para, a partir de éste, proponer un arte nuevo. Uno que asuma que, las ruinas, ruinas son, y que pueden constituir referentes para el arte por venir, pero, como en el caso de la obra de este artista, no su representación ni su continuidad. Porque, a semejanza de las ruinas, los paradigmas postvanguardistas han perdido su sentido canónico para los autores del futuro, quienes aspiran no a una nueva preceptiva, sino a una cultura artística expandida, diversa y abierta. Y él es uno de estos visionarios.
Grafitectura, de Ignacio Vera Ponce, es la concreción de un ambicioso proyecto que entre otras cosas permite vislumbrar que, en el arte del futuro, la originalidad volverá a ser componente indisoluble de la artisticidad. No una originalidad a ultranza como la que animó la producción de los vanguardistas históricos de la primera mitad del siglo pasado. Tampoco aquella novedad –tantas veces una novedad por la novedad misma– que privó en la fase neovanguardista de la historia del arte occidental (etapa que prevaleció del inicio de los 50 hasta finales de los 70 del siglo XX) y que resultó de la exacerbación de la originalidad de las vanguardias. No. Pero tampoco una originalidad vergonzante en aras de la aceptación por parte del sistema artístico global del presente. Tampoco una originalidad aniquilada por quienes, en las épocas postvanguardistas, han preferido una homogeneización que es inversamente proporcional a la creatividad. Como Vera Ponce lo anticipa en Grafitectura, el arte porvenir implicará aportes al desarrollo de la cultura artística como requisitos de artisticidad. Y eso únicamente será posible en un ambiente en el que no se perjure de la originalidad.
Pero hay algo más: Grafitectura también ejemplifica que el arte futuro se alejará del individualismo que priva hoy en día. Que si será postoccidental, alejado de la imposición, solidario y comunitario, esto resultará posible a consecuencia de la colaboración entre colegas. En el caso presente, el trabajo de Mónica Romo Rangel a favor de Grafitectura ha ido más allá de la curaduría, la museografía o la logística, por lo que asimismo ha sido pionero.